Nunca vamos a estar a salvo, Kim Herbst
Primera
temporada, 2003, creo.
Ojos de
la intuición.
Henry was literary.
Anaïs Nin, Diaries.
Nos conocimos en 2003, creo.
Yo tenía 18 o 19 y el 22 o 23. Coup de foudre en la explanada de Ciencias Políticas, era
viernes y había una fiesta. Yo lo llamé
porque era muy segura de mí misma. Como
una aristócrata, nada me angustiaba y le pedí a alguien que lo trajera a mí, lo
mandé pedir. Aguamala teen – ¿Y él? ¿Quién es, lo conoces?- Interlocutor equis -¿Quién? ¿el Ulises?-
Aguamala teen
-Sí, el de lentes... a ver, tráemelo-
Y fue.
Pero sé que lo llamé, que lo miré,
porque él ya me estaba mirando como me mira ahora. Universitaria doncella en
mezclilla y gaza con vaso de agualoca, flotaba sobre lo que había y su mirada
me hizo girar; eso fue lo que me
enganchó, que él también parecía enganchado. Me lo llevaron.
Ante mí sus ojos de indio triste,
como le dice su madre, absortos y nerviosos detrás de sus profundísimos lentes.
Hoy es el hombre del lente. Del ojo. Siempre ha tenido esa forma de verme, a
veces lo he sorprendido como depravado mirándome mientras duermo. Esa labia con
transparente poética de tlatelolca, tan efectiva con las extranjeras y conmigo,
Ulises me hizo lo que alguien le hizo a Gween
Stefani cuando se pregunta Why does the good girls
always like the bad boys? El tan Tepito y yo tan Perisur. No tuvo mi teléfono pero me encontró el lunes siguiente en el patio de Psicología, acechando cual mosco, como después dijo en un poema en el que se enternecía por mi fe.
Compartíamos ciertos parámetros del
interiorismo. En la primera cita me sorprendió que conociera a Valéry, porque
casi nadie conoce a Valéry y menos para que te lo citen con la primera cerveza
cuando tienes 18 o 19. –Fuck, este sí
lee- pensé. Pero no sólo leía sino que
conocía mis palabras clave y la vida y la Aguamala saben cuánto nos importan
las palabras: El Cementerio Marino abrió paso a la metáfora que el Ulises
moderno sería en mi vida y en mis letras.
Él lo cambió todo, los indicadores y
criterios del amor, los síntomas del amor, la barroca gramática del sexo, los
finales del amor. Doce años nos hemos pisado los talones de Aquiles en todas
las configuraciones posmo y acaso imposibles y acaso así: planteadas desde lo
post que es ya la imposibilidad de la vida aprendida, durante cuatro
temporadas que yo pensaba eran tres. Ulises cambió también la dimensión de las
caídas en el amor. Bienvenida a la
tercera cuerda de la vida. Love hurts. Love learns. (Canción de drama
ochentero). En la primera cerveza que bebimos juntos Ulises dijo que el mar siempre está empezando...
Siempre me han gustado las personas
con buen ojo y me vi haciendo añicos al único chico decente y cuidadoso que
conocí en un largo rato, el Rodri, otro cineasta en el futuro, quien pudo
perdonarme y ahora somos amigos. Cuando conocí a Ulises venía de comportarme
como la quarterback ligadora y prepotente de la
escuela, me sentía por fin cómoda en un espacio como Ciudad Universitaria y
andaba muy seguido de cacería con mis
amigas en un edulcorado y liviano malestar de la cultura. Quería verme a mi
misma como una buena cazadora de problemas y me había hecho de un área de expertise:
tenían que ser guapos, con un auto lindo, del sur, que me resultaran simpáticos
y que les gustara el rockcito que me gustaba a mí; cosas muy simples para entablar romances
simples, relaciones superfluas y poco duraderas, me gustas y
luego ya no, consumo de cuerpos, they just checked my
cheklist. Tampoco se entienda que buscaba que aspiraran a “un futuro” o que buscara marido, como otras
chicas del colegio. A esa edad yo ya
sabía que quería dedicar la vida a servir en una universidad (no sabía
cuál) y sospechaba que me iba a gustar
mucho la fiesta, era como una porrista a la que le gustaba la poesía.
Dieciocho, veintiocho...whatever!
Después de Rodri llegó a la Ciudad de
México la belleza aria del primer Daniel. Proeza su belleza y proeza que
viniera a vivir al DF por mis huesos. Aguamala ya ha nadado en esa historia,
sólo hay que decir que después de varios años de insistir con un amor adolescente y a distancia (el tiempo teenager pasa más lento), cuando lo tuve dejé de quererlo y sus hermosos ojos azules dejaron
de tener sentido cuando estaba huyendo de la policía con Ulises, muertos de la risa.
Allegory of Charity, (detalle) Francisco Zubairán
Después de Ulises solo pude fijarme
en personas que parecían entender la poesía de la vida, aunque no la
entendieran, aunque no la entendiera yo misma. La poesía que se dice a sí misma
se volvió un criterio para la vida: un extraño gatillo. Con él tuve una explosión tras otra y me abrí
sinceramente porque me gustaba intimidarle. Le mostré mis textos y mis jardines
del sur, los interiores de mi alma y una fuerte añoranza por la sagrada
sencillez ¿Qué estaba viendo cuando vi a Ulises? ¿Qué certeza predecía o me
imaginaba?
Nos conocimos y nos amamos y él se
estuvo y me estuvo mintiendo todo el tiempo. Así fue como la porrista a la que
le gustaba la poesía conoció, por primera vez, el rumiante sentimiento del
rencor. “Estaba tratando de salir de otra relación”; una
todavía más teen que la nuestra. Yo no podía o no
quería entender cómo hacía para gastar
tanto tiempo, dinero y esfuerzo en mí. Me encerré en angustia, me llené de
celos y descubrí que podía llegar a ser
muy patética. Nada de quaterback prepotente
y ligador, nada de eso; mi libido estuvo pegada a viscosas fantasías de
venganza y decidí que no lo vería ni dejaría que me viera hasta que hubieran
desaparecido: la estética de la tristeza sería solo para mí.
Me vi orillada a torturar un oso de
peluche; lo puse de cabeza frente a un calendario y le di una fecha de caducidad a mi pena. I think I’m turning japanese. Desde el segundo piso, lo veía
esperarme a la salida de mis clases de
francés y aguardaba ahí hasta que
se marchara de la puerta del CELE sin poder verme. Cambié mi teléfono y mis
clases, les dije a mis padres y a mis conocidos que no quería saber nada, que
no le dieran información mía. Estaba cansada de que me pidiera disculpas o que
me dijera que yo era mejor. Me safé de un triángulo amoroso adolescente, de
egos desbordados, de egos angustiados que dejó de ser cosa de él para volverse
una cosa de nosotras, transformarse en una absurda y subrepticia competencia en
la que él me puso por andar de
“todasmías”, aunque el monstruo creado y aceptado era mío de pies a cabeza. Los
químicos del sexo, del bienestar y los de las drogas no son los únicos químicos
a los que nos habituamos, también el cuerpo genera sus droguitas cuando nos
hacemos adictos a la angustia, los celos
o la tristeza. Nos asesiné. Supe exactamente el momento en que decidí cortar
con todo. Recién salió de la casa de mis
padres una caja con mis letras viejas en la que
también dormía su poesía; Ulises me veía como una flor y como un escape
y como un golpe de suerte.
Tiempo después supe que enfermó. Lo
operaron, perdió por un tiempo la voz y con ella su labia tlatelolca y su
poesía, mi enredadera.
Desaparecí de la faz de sus tierras
porque antes, no hace tanto, se podía. Los amigos no estaban en redes y éramos
todos peces sueltos. Se ha vuelto más difícil esfumarse. Sin embargo, y a pesar de la red, a estas alturas
de la vida desaparecer ya me sale perfecto. Si alguien me rompe yo no le voy a
hacer un teatrito. Si alguien me rompe sólo me es ejecutable el acto de la
desaparición: usted simple y sencillamente puede pasar a recoger su constancia
de participación en Aguamala.
El desapego es un arte del dolor, un
ricito de filigrana que le haces a todo lo que duele, como si fuera mármol o
barro o acuarela o harina. El dolor es la materia prima de la potencia de la
vida con sus alegrías y sus olas. Pero ya hablamos de eso cuando se colapsó el mundo.
Él tan de la Épica, tan tempestad.
Llegó Ulises con sus monstruos y sus brujas y
sus héroes y poetas. A él se le ha cumplido eso que dice Jodorowsky de
que el nombre es como un mantra. A Ulises todo le acontece en Odisea: los
horarios y las fechas, el amor y el cine; también la adolescencia tardía en la
que nos conocimos y que se le notaba mucho más a él que a mí. Aunque tal vez siempre
adolezca de algo, yo soy toda discreción. Encontré la sencillez añorada y un
remanso de historias que no estuvieron en él ni con ningún otro hombre sino
bien guardadas ahí debajo de mi escote. Con Ulises exploté y me desaparecí. Es
lo que hago cuando se marchan las olas o los hombres de mi vida, con lo que amo
y me transforma. Bienvenida la muerte de conciencia que es la muerte de todos
los amantes. Me rompo, desaparezco, muero porque no se puede hacer otra cosa y
mantener cierta elegancia.
Su exnovia es una estrella de las redes.
Yo siempre me he parecido mucho a todos
los nombres y a una pira de fuego. Soy como todos los cuerpos, un ecosistema,
un planeta de sangre. En mi cara sonríe una mujer de mil razas. La gente dice
que me parezco mucho a la selva y yo, como todos, soy una red de estrellas,
como todos los cuerpos que nacen y se mueren explotando de conciencia, que es
lo único que está. Lazos de constelaciones soy.
El dolor se aproxima como las olas
voraces de los océanos japoneses. Es inminente y mata de miedo hasta que uno
decide soltarse y ahogarse y morir. El
magma, el fuego, que es el fondo de todos nosotros, que es el fondo de
toda ola, amenaza, sucede, cede, y de la costilla de ese dolor nos acontecen
nuevos ríos, brotan risas manantiales, nuevos sistemas montañosos, la piel de
largos y tibios pastizales inaugura nuevas danzas y se abren en la carne claros
valles para que brote la vida y la escritura. Cañadas de aves interiores,
cavernas de agua tibia, tigres dientes de sable, flores, sangrantes corazones
abren amplias e impasibles calmas para que nos devoren olas nuevas.
Patrik Mogilni de Berlinart parasites
Pero no cualquiera se le enfrenta a
la ola. No es cool enfrentarse a la ola. Es más
fácil inventarte un cuento de hadas fraudulentas y torturar a tu osito de
peluche sin límite de tiempo. Mi amiga
Baby Princess que es tan hermosa lo hizo. La otra noche, la encontré en
una fiesta y me di cuenta cómo le había sucedido, esa belleza brutal resultado
de hacerse añicos e ir de besos litorales a espejos literales: la vi tan llena
de ríos, tan cubierta de flores.
El Universo es una red de conciencia
que se piensa a sí misma. Un fractal infinito de conciencia. Todo es esto. Una red por cuyos circuitos o caminos o
vías, transcurren el tiempo y el espacio, y es con tiempo y espacio como
persiste y se da forma a sí misma. Los bordes de sus circuitos o vías o caminos
están hechos de agua, de aire, de polvos y de fuegos y estos elementos
separados o juntos, en todas las formas en las que podrían estar juntos, están
siendo aquí y ahora en una orgía total de infinitud y de posibilidad. Toda la
belleza y la crueldad de lo posible. Derroche de todas las formas: es esa su
respiración. Todo es esto, todos somos esto, y es absolutamente abrumador y es
absolutamente hermoso. Ante tal descubrimiento, ante tal visión y su luz y su
vértigo, otros hombres y yo pronunciamos el nombre Dios, enorme
abismo de luz esencial. Se
parece mucho a la poesía y la poesía se parece mucho al Universo. Prana.
Metatron's Cube, Platonic Solids/Sacred Geometry
Your body is a battleground
Barbara Kruger/Delain
Cuando regresé de Barcelona volví a
ver a Ulises y ahora que lo pienso, algo de Barcelona tenemos ambos. Pasaron
muchos años y en Cataluña me volví al queer. Nos volvimos todos, me parece.
Olmo también. Your body is a battleground,
quería tatuarme. Mi cabeza iba y venía en el columpio de la teoría, análisis
del discurso, una impronta sudamericana y esa soberbia de la destrucción que
algunos tenemos al final de los veintes. (Es que vemos muchas películas).
Vivíamos persiguiendo cierta estética. Nuestra adicción total a la relatividad,
a un paso de volvernos promiscuos por afinidad teórica.
Nos vimos en el piso de Jalapa y
Obregón y bueno...me enamoré del barrio, del edificio, del apartamento y de la
posibilidad de un escape. Del hombre no me enamoré, siete años después, sólo le
reconocí. No iba con esa intención pero sabía que si me encontraba con él,
cabía la posibilidad de estarle pisando tres pies al gato. Es algo con el
cerebro reptiliano, su maldito olor, cuestión de neurotransmisores y que soy
una pinche necia. Él me contactó y como esa onda entre la curiosidad y los
gatos tiene algo de cierto, fui.
The Season:
Summer by Alphonse Mucha
Bastó un encuentro para comenzar a
diseñarnos el planeta del escape: me resulta tan importante su nombre, Ulises,
qué bellas tardes, la luz ámbar de nuestra intimidad mitológica. De la Ciudad,
de esta, siempre hemos estado enamorados. Una vez hicimos el amor sobre una piedra volcánica mirando al cielo. En la segunda temporada, ya nos
parecíamos a las personas que somos ahora, no estábamos descubriendo qué nos
gustaba.
En 1921 se hizo el edificio Francia, con
sus techos altos, con esa ventana, (mi ventana!!!) con la geométrica mantis de
recuerdo de otra ex en el muro, los pacientes ángeles de la escayola, viendo salir
una amante tras otra.
Yo ya había empezado a lidiar con las
prácticas postfordistas de la academia. Cuando aterricé de la maestría tenía
tal vez 26 años y avanzaba no sin
tropezar con mis propias desilusiones laborales. Me había independizado de mis
padres hacía mucho tiempo y ya me nombraba feminista. Él ya sostenía a su
madre. Traté, junto con mis socias, de construir un espacio para relacionarme
de manera más justa con el trabajo, fue un verdadero laboratorio social y
afectivo y cultural. Tenía un nombre recalcitrantemente discursivo que en maya
significa “lo que se hace con las palabras”. Abrimos una cooperativa que era
nuestra empresa y pervivía aún el momentum de
creatividad que Olmo y yo tuvimos juntos. Me había dejado ir tan hondo en él,
en Europa y en mí, que el frame ñero de Ulises ya no me impresionaba; me impresionaba
y atraía su generosidad y su autenticidad, me gustaba y me gusta que se
mantenga en la lucha de mirarse, pero ya no era el barrio ni el mood Romero y Julieta; teníamos en cambio muchas cosas por
darnos uno al otro. Volábamos al cine y al museo, estaba contenta de estar
en la ciudad que es mi casa. Él ya divisaba el cine y yo le hice letras muy
definitivas. Que estábamos en un abismo, que esta boca es
suya.
Your body is a battleground/Barabara Kruger
Ese año, la noche apretada entre
Aries y Tauro, entre Venus y Marte, la noche del 20 de abril, brotó de la
costilla de una chica, justo el día de su cumpleaños, la Aguamala o Medusa que es una ninfa y que
es una furia. Una criatura viscosa y transparente que salió de algún lugar de
su caja torácica, para alimentarse de ella y darle el hambre, pues las cosas
son así para el uróboros pop de la que vive y la que escribe. Este es el trato.
Uróboros, Alquimia (y la lógica de Aguamala)
Calipso, otra isla.
Pasaron los meses y con la Bruja puse
la casa de Tokio, tal vez estuve poco más de un año flotando en la energía art nouveau que decidimos darnos. Esta vez no hubo muchas
explosiones, sino la armonía contundente de la
potencia. Un fluir de la ciudad. Una cadencia floral y secreta que me
gusta llevar de casa en casa y a donde me gusta invitar a mis amigas y a mis
amantes para jugar al Montessori. Estuvimos siempre bien provistos de poesía
porque eso es lo que más me gusta de él y es lo que más me gusta de la vida.
Ahí también empezaron mis problemas con las tinas: me encanta sumergirme.
Yo no quería escribir de Ítaca, un buen porcentaje de las aguamalas que se pegan a las piernas cuando se nada en esto son para Ulises (y son una basura todas). En alguna de ellas encarno a una Penélope indispuesta, porque el tejido que deshago por las noches es el propio, también llegó a divertirme la posibilidad de ser Calipso, la que por una condena familiar es maldecida para tener entre sus brazos, solamente, un héroe (por decirle de una forma al hombre que padece y vuelve) cada milenio y en una de esas extrañas y sagradas ocasiones Calipso se enamora, enamora y hechiza a Ulises, prometiéndole vida y juventud eternas y a quien los fatales dioses griegos obligan, pese a todo a ser abandonada para continuar la travesía y volver a su mujer y a su isla. Sin embargo, si en su historia fuera yo Calipso, en mi historia siempre he sido Homero y la idea de Ulises, si bien me fascina, no me ata pues la narro, yo la escribo. No había fechas, ni horarios, ni familias, ni aniversarios. Hubo muchísimas letras y muchísimo cine y yo me dejé llevar en mi libertad con él y con otras dos libertades. El Ulises urbano, antes de la estrella de las redes, muchas mujeres antes, se enamoró de una turista de la vida, de las que quieren poquito y práctico, una que era tan nimia como mi exnovio, uno que nunca me pudo leer bien y de corridito.
En la segunda temporada Ulises no me
rompió ni lo rompí yo de vuelta, ninguno se puso adolescente. Yo me intenté
queer y él se puso muy amigo del imperio, así que aceptamos ambos las
consecuencias y una vez más nos rompimos en ellas como toro, torero y ruedo
¿usted, cómo se rompe? Yo no quería escribir de Ítaca, un buen porcentaje de las aguamalas que se pegan a las piernas cuando se nada en esto son para Ulises (y son una basura todas). En alguna de ellas encarno a una Penélope indispuesta, porque el tejido que deshago por las noches es el propio, también llegó a divertirme la posibilidad de ser Calipso, la que por una condena familiar es maldecida para tener entre sus brazos, solamente, un héroe (por decirle de una forma al hombre que padece y vuelve) cada milenio y en una de esas extrañas y sagradas ocasiones Calipso se enamora, enamora y hechiza a Ulises, prometiéndole vida y juventud eternas y a quien los fatales dioses griegos obligan, pese a todo a ser abandonada para continuar la travesía y volver a su mujer y a su isla. Sin embargo, si en su historia fuera yo Calipso, en mi historia siempre he sido Homero y la idea de Ulises, si bien me fascina, no me ata pues la narro, yo la escribo. No había fechas, ni horarios, ni familias, ni aniversarios. Hubo muchísimas letras y muchísimo cine y yo me dejé llevar en mi libertad con él y con otras dos libertades. El Ulises urbano, antes de la estrella de las redes, muchas mujeres antes, se enamoró de una turista de la vida, de las que quieren poquito y práctico, una que era tan nimia como mi exnovio, uno que nunca me pudo leer bien y de corridito.
Entonces no “tuve” que desaparecer,
no tenía ninguna justificación afectiva para hacerlo, era cuestión de aceptar la vuelta de tuerca que implicaba ser
libres y sin nombre, de ponernos relativos y sentirnos muy loquillos y
modernos... pisarle tres pies al gato. Ponerse en tela de juicio que para eso
estamos. En ese entonces lo entendía todo mal y sé que lastimé a gente muy
querida porque love hurts y porque el ego. No por la libertad, ni el feminismo,
ni la impronta queer de Barcelona.
Hice o hicimos todos, Olmo también,
un esfuerzo por fluir con cordialidad y buscar la libertad por valentía, no
puedo decir que intentara nada más, no es tan sencillo salirse de todo y
comenzar a ser abierto y poli-bien-intencionado. Tampoco había meditado, ni
tenía tan de cerca una referencia clara de mi propia conciencia. El feminismo,
el mío y el de ninguna otra, ya me ha dado varias revolcadas y me pienso morir
viejita y feliz en ese intento. Para mí el feminismo es un refugio del corazón y es a la vez una lucha, una
pregunta, como la cumbre y su despeñadero es el afán del montañista. El
cuestionamiento político sobre el género, a mi parecer ha sido todo un camino,
no una forma afectiva de proceder, sino una forma afectiva de mirarse, no una
postura política introyectada ya sin dudas, sino una duda constante sobre
nuestras relaciones más próximas, tan próximas como el juicio o el cuerpo: los
cuerpos. No una militancia conquistada, no, tan sólo una vía más para crear la
libertad y la dicha de la justicia que es lo que queremos todos. (Vale, no
todos). En esa época de mi vida, la vuelta de Barcelona, no desaparecí de
Ulises, pero me fui a otra cosa y borré las huellas.
(Hubo de tres a cuatro temporadas, hay un debate y es difícil de saber. Hace dos años ya sabíamos algunas cosas pero no sabíamos renacer. Sé que nos volvimos verdaderos amigos en ese tiempo).
Tercera temporada 2012-2015.
Calma o tormenta.
Épica: Adj. (epikos); de (epos), "palabra, historia, poema".
En la tercera vuelta Ulises llegó con
su barca flotando en eso que los españoles y antes que todos los españoles, los
marineros españoles, llamaban la calma chicha. Esa quietud del océano sin olas
o sin ninguna ola notable que se prolonga durante horas, durante días o semanas
sin que acontezca una brisa amiga, ningún viento solidario, sin el aliento que
se da a si mismo el movimiento del mundo. Se trata de
la navegación pesada y lenta de las embarcaciones mientras el cruel horizonte devana los sesos
a la tripulación y el sol las abrasa, quema y arrebata la esperanza que nos dan
las islas, aún tan lejanas. Lejanas dos veces porque están después de la
tormenta. La palabra calma viene de una palabra griega, o sea una palabra que
usaron otros marineros aún más antiguos para nombrar al calor, no ese calor
agradable y llevadero como el que riega nuestra ciudad en marzo o en octubre,
como la tibia miel que se procuran los amantes, sino ese calor que es veneno
punzante y envolvente y que azota a los marinos como aguijones totales, lanzados por el astro que nos da los días y que se ensaña cuando nuestras
naves sortean puras olas bajas; cuando no podemos movemos con la respiración
del mundo.
Ulises vino a mí en Tokio, después de
esa calma y sin haber sorteado la tormenta. Vino sediento y vino náufrago y loco
y un poco desesperado y desesperanzado de la turista. Nos pusimos a hablar
sobre el vértigo y nos contamos nuestras épicas porque somos amigos. No abundo
en las mías porque ya se conocen; dice Rilke que es importante mantenerse solo y atento cuando se está triste, pero no lo sabía.
Para mí, en 2012 sí aconteció el fin
de mi mundo y soy el resultado de una profecía chilanga autocumplida. Algunos
meses adelante, ya instalados en nuestras “soledades” (amantes random) me
sucedió un año de fiestas y de montaña rusa emocional y laboral y hasta
política de la que ya se ha escrito en esta colección de carencias que es
Aguamala o medusa; cambié de playa y con él sólo me encontraba de vez en cuando
en alguna bañera del mundo.
Al paso de los meses, que cuando se
ponen juntos sanan, Ulises, más estable, me llevó dos veces a dos restaurantes
japoneses y me dijo sobre el abismo y que su boca
era mía y que viviríamos en el paraíso nouveau con
chelos y ginebra, con encajes y con
letras. Me habló sobre Ítaca en una casa
mexicana y a mí todo eso me dio una risita nerviosa ¡Me acababa de bajar de la
montaña rusa! Teníamos una idea muy
similar del interiorismo en nuestras vidas y
sabía que verlo era buscarle tres pies al gato. Pero no, esa vez no me
convenció de nada, no lo reconocí como propio,
(o sea como un vicio propio). Me dediqué a plantear la posibilidad de montarnos
otro ambiguo escape y ahora fui yo quién terminó por encarnar el espacio bello
y cruel de lo posible. Otras costas despertaban la curiosidad de mi gato interno y dos veces en
dos restaurantes japoneses, le dije que
tal vez y luego que no. La segunda le dije que me había enamorado de un
turista, que quería un amor fresco y fácil y lo tuve. Ulises volvió un poco
derrotado aunque más tranquilo a sus ventanas altas y a la escayola labrada de
ángeles de la entrada de su casa; yo me
fui a intentar otra cosa. Me hice de una playa que compartí con un
turista de la vida, de los que quieren poquito y práctico, un turista tan nimio
como su exnovia de la segunda temporada, la que nunca lo supo leer bien y de
corridito.
Así que tuvimos que aprender a renacer
y fuimos a la guerra. Otra vez la guerra, otra vez la ola, la tormenta, que por
más víctimas que nos pongamos, por más que lo alarguemos en pretextos, siempre
es una tormenta de nosotros mismos.
Él terminó por enfrentarse a
PolifemX, el cíclope (sólo así nos explicamos una mirada tan estrecha),
probablemente el monstruo más grotesco de
toda su odisea, ser de monstruosa ceguera producida por la herida de Odiseo
sobre su único ojo y sobre su ego de gigante. Polifemx, con su atrofiado ojo,
mostró a Ulises el espejo más apocado y
vergonzoso del que ya había sido un largo viaje: el herido vástago de
Poseidón, acabó por invocar para Ulises la maldición patriarcal por todos los
océanos tratando de apresarle o destruirlo, que es lo mismo, en sus olas
sociales. Monstruo y mostrar tienen la misma raíz etimológica y todas las
lecciones se agradecen. Hasta esta.
Shamo, manga, The foolish brothers.
El turista regresó a la playa de su
madre y me dijo por los escasos medios que tenía, como señales de humo, que no
me podía, ni me quería y yo se lo agradezco. Me quebré. Me rompí tres veces
porque le tengo mucha fe a mis creencias amorosas (pinche necia) y al final me
quedé pensando que en realidad sí me gustaba el paisaje que ya había
construido. Que estaba llena de tardes y de agua potable, que siempre tendría
disponibles caricias de playa y grandes amores, así que fui a sentir el dolor
que se abrió en el noreste del mundo y a entender esas cosas budistas que están
por todas partes. Acudí por respuestas a una secta de coahing en las madrugadas, fui al café, a los
ángeles, a mis hermosas amigas. Ya trabajaba en el trabajo al que sirvo
devotamente y podía sostener mis delicados vicios con todo el lujo de mi
precariedad. Doce años después, sirvo en la Universidad, me gusta mucho la
fiesta y no tengo marido.
Font du Surf, Mazzacio Drowilal
Como dice Aguilar Camín, escapar de lo difícil es el camino a la indolencia, he ahí
la tormenta. Los turistas no quieren ninguna dificultad en sus vidas. Yo ya no
me siento tan relativa ni en ánimos de experimentos afectivos, quiero lo mejor
aunque sea difícil y deba atravesar la soledad y el dolor.
Fui a ponerme contenta por el sol en
mi pecho y por la estrella boreal de la escritura. Me fui a pensar en qué clase de
amor quería merecer y a buscar para mí las
palabras clave. Dejar de
disculpar a mis amantes por no amarme ni a mí ni a la vida. Dejar morir mi
hermosa isla y agradecerle la última y dura sacudida.
Esas batallas, la de él y la mía,
dejaron una imbatible sensación de... exacto hasta el colmo, definitivo al
hartazgo, brillante y elocuentísimo: chale. Pero
todas, todas, todas las lecciones se agradecen, hasta estas. Las tormentas y
sus olas sobrevienen para poder amar mejor.
Todo es uno
“Sex must be mixed with tears, laughter, words, promises, scenes,
jealousy, envy, all the spices of fear, foreign travel, new faces, novels,
stories, dreams, fantasies, music, dancing, opium, wine.”
Anaïs Nin, Diaries
Así entré al dolor y como lo único
que puedo darle son palabras, le dí al Universo tres palabras clave: valentía,
generosidad y risa. Y el Universo, que es una red que se piensa en todas las
formas, por ejemplo, a través de las
campanas o de los soles o de la seda y se parece mucho a la poesía, me trajo a Ulises.
Cuando apareció en escena en la
cuarta temporada, teníamos muchas más certezas y bastantes más agallas. Ulises,
mi amor ñero, compulso y compulsivo, Ulises el tlatelolca, el sonorense, llega
con su barca después de la tormenta, con sus poetas y sus héroes, con sus naves
y sus brujas, Ulises con las graves sirenas que hemos degollado y cuyos cabellos gruesos nos atan
al mástil del aprendizaje, a esta barca
y a su movimiento sobre las olas de la
vida. A la libertad es a lo único a lo que debemos atarnos. Yo no soy Penélope, yo
soy la isla.
Doce años después del día en que se
puso frente a mí en la fiesta de mi
Ciudad Universitaria, como si nos lo hubiera dicho un Homero posmoderno, el día
en que en los ojos del otro vislumbramos Ítaca, lo supimos todo.
Ulises y yo tenemos una idea muy similar del
interiorismo en nuestras vidas, eso nos mantiene acaramelados y calientes, con
un calor distinto al del sol punzante del anquilosamiento o de las llamas
vivas, es el calor dulce y envolvente de lo que se cocina a fuego lento, del
conocimiento mutuo que es un ámbar delicioso, que se mueve con las olas y
acontece ante su propio movimiento.
Después de esos doce años, decidimos
mudarnos del escape a la vida y lidiar con horarios, fechas, familias y
aniversarios, con la vida postprecaria de vivir de lo que amamos para adorar y
cuidar a nuestra isla, superar las olas de su neurosis y la mía, o de los
vicios y los egos que son cosas parecidas. Abandonar la relatividad y reconocer
las certezas y el afán del marino y del poeta, que son oficios similares
porque ambos persiguen criaturas elusivas. El amante se parece al marino y al poeta. Él ha llegado al cine ¿Qué diablos será el cine?
La cuarta temporada es una barca
susceptible al impulso adolescente, está diseñada a imagen y semejanza del
planeta nouveau y está al tanto de que lidiará
con crueles calmas y feroces tormentas. Tal vez vaya a ser lo más difícil del
mundo, pero quien renuncia a lo difícil está condenado a la
indolencia; la meta es alta, la tripulación está decidida a fundar
varios ecosistemas que se parezcan a la selva.
El 21 de marzo, a la vuelta de
Perséfone o la Primavera, Ulises me llevó a un restaurante japonés y le dije
que sí, que esta vez sí y desde ese día o unos antes, nos hemos embarcado en la
ruta de la seda. La belleza de tantos días se ha desdoblado en todos sus
fractales. Nunca nada fue tan nuevo. Me siento tan llena de ríos, cubierta de flores.
Aguamala o medusa
Aguamala o medusa
Cecilia Paredes en berlin-artparasites.
Sean razonables y denle play al melancólico genio de Son Lux: