10. Hit by a bus.
”Nothing
ever ends poetically. It ends and we turn it into poetry. All that blood was
never once beautiful. It was just red.” —Kait Rokowski
Yo soy una snob y
aunque debí hacerlo hace tiempo acabo de comprar una bicicleta. Tampoco tengo
un auto, he sido completamente incapaz de ahorrar para comprarlo y no me gusta
el gasto en impuestos y gasolina, en cambio gasto más andando muchas veces de
la semana en taxi. Todos los absurdos son igualmente absurdos, así que
consecuentemente a mi absurdo uso de taxis tengo la creencia absurda de que
vienen a mí únicamente taxistas chingones que son mis amigos y aliados en la
omnívora urbe y nos damos consejo y terapia de muchas clases durante el
trayecto.
Mientras yo les doy
dinero y escucha, ellos me llevan siempre segura y cómoda a mi casa o a mi
trabajo. Death cab for cutie. Pero no. Empecé a sentirme mal conmigo misma. Esa
esa incomodidad que proviene de estar
demasiado cómoda, ese sopor que resulta después de muchas horas de sueño. Me
sentía estancada y no eran sólo los taxis. Laura midió mi energía con un artefacto
de dos varitas de metal con un ángulo recto en cada una que funcionan mientras están dispuestas paralelamente: Entre más amplio es el ángulo entre las
varitas hay mayor energía. Yo necesitaba moverme, no, no eran sólo los taxis, tenía
un problema generalizado con el movimiento. Todos los rincones de la vida me lo
decían. Laura pasó los metales por mi cuerpo: Las varitas se abrían a la altura
de mi coronilla, se cerraban a la altura del corazón, se abrían hasta voltearse a la altura de la
cadera y volvían a cerrarse mucho más en las piernas, debajo de las rodillas,
especialmente en el tobillo izquierdo, mi tobillo de Aquiles, dueño de
todos los esguinces y las entorsis, el
culpable de que dejara de correr y empezara a pintar. Resquicio metafísico del
miedo a cambiar de lugar. Necesitaba entender el equilibrio de la bicicleta o,
mejor, necesitaba entender el equilibrio
subiéndome a la bicicleta.
El equilibrio no es
algo que se alcanza, algo permanente que se obtiene porque el destino lo ha
previsto de esa manera o porque provee las condiciones precisas para que
lo obtengamos, no. El equilibrio es como el poder o el amor; siempre está ahí,
disponible para nosotros, asequible tan sólo al pedalear, una práctica. Pero no
lo sabía, tenía que sentir el golpe para comprenderlo. La vida no me ha dado
sus lecciones en intertextos sutiles.
Él era frágil. Flaquísimo, fue el último novio que
me conoció la abuela; ojalá tuviera
algún medio paranormal para explicarle que he elegido mejor, el día que lo vio
me dijo que “le diera de comer a ese niño”.
Le decían el Ganso. La melenita rubia cubría su rostro y cuando las
cosas no le salían se arrancaba en episodios de
ira, trabajaba como yo muchas horas al día y para mí, estaba del otro lado del arte,
siempre por graduarse de Arquitectura. Vivimos juntos, así comenzó todo, éramos
roomies y luego, cuando regresó a casa de su madre a partir de un manojo de
argumentos incomprensibles, se la vivía en mi casa y todo era muy tibio,
agradablemente tibio pero el temor al compromiso posmoderno y al parecer mi
irrefrenable coquetería nos tuvo saltando entre sí y el no por dos años que
terminaron de golpe. Un gran golpe pero uno.
También, dos años más joven, con él me aficioné a las series de manga y
a algunas otras caricaturas. Yo soy un poco japonesa y a veces siento una melancolía chauvinista de
Mishima y sashimi por el Imperio, otro camino de cerezos que me acercaría al
amor. Y me sumaba, hacía un esfuerzo y sostenía conversaciones sobre Kaichou wa Maid Sama con sus amigos animadores.
Un día heroico, vi todas las de Star Wars en un maratón antierótico para
tenerlo presente.
Con los videojuegos
de plano no pude y sé que esto lo hacía sentir frustrado. El catorce de febrero
del año catorce, invitó a nuestra amiga lesbiana Fer a jugar toda la noche. Yo
que los miraba como madre amorosa, me puse a escribir sobre las mentiras y
sobre los cenotes mientras me diluía en una botella de vino contemplado mi
próximo derrumbe.
Ganso creía en la
leyenda japonesa que dice que estamos destinados a encontrar a nuestra pareja
ideal pues todos llevamos un hilo rojo atado al meñique y por largo o enredado
que esté, el otro extremo de ese hilo estará atado al meñique de nuestra pareja.
Es una leyenda medieval de la que tenía una interpretación muy... Ganso decía
con total firmeza que no debería de haber problemas en una pareja, que si acaso
fuéramos el uno para el otro y estuviera el hilo entre nosotros, no pelearíamos
nunca, que todo siempre sería cool. Que si el destino hubiese sido preciso y
generoso y cierto con nosotros no tendríamos jamás problemas. Entonces yo me callé todo y volví
esa idea adolescente y mágica la tapadera de mi insatisfacción y no pasaba
nada, todo bien.
Por eso mis amigas
estallaron en rabia irónica preguntándome si yo creía que eso era cierto, que
tantos años de hacer psicología. Estar conmigo fue tan cómodo para él, alguna
vez entre risas me lo dijo con todas sus letras, y unos días antes de comenzar a andar, le salió
en una tirada de tarot que comenzaría una relación con una mujer muy rica, y no
es que yo tenga mucho dinero, no. No tengo nada pero le otorgué tantos bienes, fue
tan sencillo de cuidar, procurar, de proveer, de seducir, le daba consejo, le
preparaba la cena y no me pregunten cómo pero lo mandé de viaje a California, cálida
compañía en la puerta vecina y agggg vimos tanta televisión. Ahorro de energía
y de seducción. Seducción significa separar y guiar; orientar y esa orientación
era completamente unidireccional. Ganso no se paró ni un día en mi laboratorio,
no fue a ninguna de mis clases, no fue a la presentación de mis libros, le
desagradaba ir a conciertos, no veía a Bergman y no le gustaba Von Trier. Para
mí la comodidad no es un valor pero no lo sabía. No me gustaba ver televisión
pero me quedé pegada mirándola.
El equilibrio es el
flow de hacer y resolver. De entregarse a la acción y estar presente. Pasando los
baches, haciendo fuerza en el abdomen y mirando en todas direcciones.
Disfrutando el camino, sintiendo el viento. El equilibrio es la cadencia del
presente. No puede hablarse sin asombro de la misteriosa y esquiva paz de estar
con todo lo que uno es, aquí y ahora, no puede hablarse, no puede decirse, oh
pero es.
Era doce de diciembre
y esa mañana decidí aprovechar que la Universidad otorga guadalupanamente el
feriado a todos sus trabajadores para hacer un ritual sobre el perdón. Fui al
mercado, compré las cosas, hice mi ritual y quedé con mi amigo Ulises para ir
por la tarde a la Roma a comprar mi casco y las luces para comenzar a andar en
bici.
Ese día como vórtice,
encontré en mi camino sobre la vía rápida del Eje 7 un bache profundo y enorme,
decidí abrirme a la izquierda en el carril compartido y saben, es la Ciudad de
México, a veces me comporto como si estuviera en Amsterdam, como si viviera en
la playa, como si no fuera una guerrera azteca librando la guerra florida de
los estampados, pero lo soy y la vida nunca me ha resultado sencilla y buscar
que sea fácil es mediocre y esa clase de pensamiento y de conducta debió ser
frenada por la vida violentamente. Un autobús me pegó en el costado izquierdo y
volé, volé tres metros, tal vez más, aterricé
en la acera y la bici me cayó encima.
Me abrí completamente
del camino, no lo sentí, no escuché, no estaba presente, no vi. El instinto no
fue suficiente y el autobús me pegó del lado izquierdo del cuerpo como una
bofetada amarilla e inmensa. Como pegan las olas. Todo se ensombreció y lo vi, por
fin, tal cual era, monstruoso, capaz de sacarme del camino y de la vida. Sentí
el golpe, dimensioné la muerte mientras volaba y caí aparatosamente enredada a
una bicicleta negra y rosa al pavimento.
Cuando el tiempo
trajo a nuestra relación temas que entender y resolver, cuando dejó de ser
fácil y había que tomar decisiones él dejó abierta su cuenta de Facebook en mi
computadora y me lo mostró todo; cómo era intrépido y propositivo, cómo era
seductor y fuerte, cómo una semana antes del accidente, el día en que le había
pedido dejar de estar de estar en el limbo entre el sí el no, fue a buscar a
una chica de su escuela para acostarse con ella. Cómo quedaron al día
siguiente, mientras su madre me llamaba buscándolo, bajo el reloj del metro
Balderas. Cómo era tan adolescente de todo. Desde la pantalla de la computadora,
golpeó a mi alma ese frío que tiene la verdad cuando es a la vez temida y
anhelada. Brutal y súbito, su cobarde o benevolente acto fallido también fue
una cachetada amarilla e inmensa. De qué otra forma hubiera podido terminar un
amor cuya motivación era ser fácil y estar cerca. No tuvo que hacer nada, romperme
fue tan cómodo para él.
Después del vértigo del impacto, caí en cuenta de que estaba completa y consciente. Busqué mi propia sangre en el pavimento. Ante la mirada absorta de la gente, traté de averiguar si me había roto algo. No me pasó nada. En la resaca vino un poco de dolor y el surgimiento de un morete notable, como las estrellas cuando mueren, en realidad no fue nada para el tamaño del impacto. Esa mañana había ido por algunas cosas al mercado de Portales para mi ritual y decidí comprar a Zadkiel, un ángel que vi en un sueño y cuya estampa me eché al monedero, el ángel violeta de la transmutación. No sé si fue eso, que era doce de diciembre, que estuve meditando sobre el perdón esa mañana o que tengo muchas cosas que hacer y que aprender todavía; que fui afortunada. Oh, todo el miedo que enfrentamos cuando vemos el límite de una creencia y ese momento en que sólo nos queda soltarla: No está todo cool. No Daniel no. Si acaso hubiera un hilo rojo del amor romántico, si acaso, tendrías que sostenerlo con cierta fuerza y yo lo veo tan pequeño ahora. Hoy me resulta tan claro su tamaño. Hay un afán y hay un dolor. No voy a tener flow si no estoy ahí para mí, con mi Bergman y mi Von Treier y mi escritura y mis botellas de vino.
Sólo me quedó un
moretón terrible en el trasero y el incremento, seguramente desagradable para
mis amigos, de mis argumentos mágicos. Pienso que quizá, en efecto, he
muerto aquél día y vivo entonces en un agradecimiento incrédulo. Fui
tan arrojada y tan torpe. Necesitaba moverme pero no para ir con prisa a algún
lado, escapando de mí, esquivando mis baches, le saqué por frita y por cobarde,
porque quería un amor fácil, un amor que lo esquivara todo, cuando necesitaba
pedalear para el presente, solamente para pedalear, para estar aquí y
ahora. No puedo creer hasta dónde llevo las cosas a veces. Mis pinches
creencias absurdas, que mis taxis son infalibles, que ese lío psíquico que me
traía con el Ganso era una pareja, que en él tenía un buen amigo, algo en la
oquedad de nuestra historia. Algo. Oh el
corazón delator, la transparente medusa. Lo fiel que puedo ser a mis
creencias amorosas como diría Pablo Fernández que hacemos las mujeres por
cultura. Los torzones que le doy al feminismo. Me levanté aturdida y nerviosa, avergonzada.
Sé que fue mi responsabilidad, lo supe al levantarme de la banqueta. Lo supe
cuando me golpeó dos veces en esa semana el autobús de la verdad.
Rachel
Bone Bicycle Accident Series 4/4
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<>. Los tobillos están asociados al
movimiento y la izquierda al lado femenino de las personas, resquicio
metafísico del movimiento. Las personas en la calle me atendieron y me
ayudaron a ponerme de pie. Qué pinche oso, me veían todos perplejos. Eran como
doce personas. Asusté a viarios, fui directo al impacto. Japonesa kamikaze. Algunas especies de
aguasmalas se regeneran después de la muerte. Yo misma, después de descubrir
los madrazos, sacudirme las botas y entender un poco de la vida, ajusté mi
bicicleta y creo que entre la epifanía y la risa hasta disfruté el trayecto
pero yo soy una loca. La bici y yo avanzamos los primeros metros temblando
después del impacto, creí que no iba a pasar el Viaducto pero llegué pedaleando
a la casa de mi próximo accidente.
Gabriel Zambrano Art work. Quizá en efecto, morí.
Too much i've seen, too much i've seen. Que esto se volviera un paredón como el de la bella y salvaje Wild Belle.
PD. Querido Anónimo: Sí escribo, este año un poquito más, ya verás. Gracias por leer.
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ResponderEliminar"Sé que fue mi responsabilidad, lo supe al levantarme. Lo supe cuando me golpeó dos veces en esa semana el autobús de la verdad". Es como si el autobús se hubiera encargado de hacer de algo abstracto, tenue o de difícil aprehensión, algo ya más, digamos, cárnico, grueso - y vaya que pesado!. Pero no por ser pesado el bus lo otro lo es menos. De hecho, en definitiva cuenta, ahora pienso que el bofetadón abstracto es más pesado que el concreto y más difícil de sobrellevar. Máxime cuando hay que re-bofetearse una y otra vez con la misma verdad hasta que el madrazo nos cambie por fin el semblante y recordemos, una vez más, a mirar a la vida de frente y con saludable e irónica bizarría. Un abrazo!
ResponderEliminar¡Ey Carlos! ¿Tu crees que yo le gusto a Carlos? Jijiji Fue tal cual como lo has dicho tú, un bofetadón abstracto tan violento como el otro, sí, más pesado y sí, con más consecuencias, espero verlas reflejadas en letras.
EliminarA mi si me incomoda el incremento de tus argumentos mágicos... jajaja no te creas, me sacaste la carcajada, aguamala es una piedra abismal que se va puliendo cada día :3
ResponderEliminarSergio
Gracias por tu lectura, Besoooooooos ponzoñosos.
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