martes, 27 de julio de 2010

La pesera del amor.

Ese día, me tocó irme en pesero en el largo trayecto que hay de Vertiz a Acoxpa como a las 4 de la tarde. Fue un martes soleadísimo, después de un delicioso sushi ultrasónico y un buen día de intercambio de proyectos. A esa hora, en la Ciudad de México, el tránsito vehícular también conocido como el puto tráfico, todavía es humanamente manejable (luego sólo es apta para los humanoides chilangos), a las cuatro, aún es fácil recorrer distancias medias y además, encontrar un lugar semi decente en el autobus. Pero ese martes de sushi, tengo que decirlo, no encontré simplemente un lugar disponible, sino “el lugar”, chido sobre los chidos en el micro, ese que es el más cotizado y estratégicamente superior, era todo para mí. Para quienes no lo sepan, me refiero al asiento doble que está justo frente a la puerta trasera, en la segunda fila de atrás para adelante. Ocupé mi lugar con cara de satisfacción plena (o de alivio por no tener que ir parada y apretujada en el camino), saqué mi EMEEQUIS, y el chofer, en un acto de empatía inconsciente, sintonizó radioibero que ponía un semijazzecillo muy a tono con mi día. Unas calles después, subió una pareja y se sentaron justo atrás de mí, en el último asiento que es también el más largo, en la esquinita del sofisticado vehículo. Al principio, no estaba prestando atención a lo que hacían, pero pronto empezó a resultarme imposible ignorarlos. Algo se dijeron en secreto  y empezaron a besarse, y a besarse, y a besarse cada vez más y más cachondo. Se escuchaban unos gemidos cortados de ella, suspiros y jadeos de él, chasquidos de besos por todas partes, saliva, roces y yo los sentía cada vez más cerca de mi, entre mi  peinado y mi vestido, sentía que me rayaban la nuca con sus ruiditos amorosos, cada vez más intensos y cada vez menos pudorosos. La verdad yo iba muy divertida con su falta de cuidado, con mis propias reacciones. Nunca volteé a verlos, hubiera sido como meterme en su momento y deshacerlo, me estaba dando risa que vinieran tan entrados. Encontré una sorisa cómplice en una señora hippiosa de enfrete y  la expresión de incomodidad  y reproche de unos señores mayores que subieron más adelante, lo suyo se volvió acontecimiento. Pensé: Claro, esto sucede cuando la gente no tiene intimidad con su pareja, se revelan en el exterior todas esas cosas se hacen a solas, en un lugar privado, “íntimo” y entonces les deja de importar el lugar y el momento porque no hay lugar ni momento específico,  por eso es más de amantes y jóvenes (y de jóvenes amantes) andar fajando por ahí en los parques, en el cine, en los hoteles cuando pueden rentar  esa privacidad por unas horas, en el asiento de atrás del bus como mis compañeros de viaje. Como nómadas amorsos, como fugitivos. Entonces, caí en cuenta: ¡Momento! ¡Pero si yo no tengo intimidad con mi pareja! Tuve un fugaz e insondable sentimiento de nostalgia y deseé profundamente que alguien se sentara conmigo en el asiento de atrás y que de División del Norte hasta la Calzada de Acoxpa incomodáramos conciencias e inspiráramos deseos en un largo y desvergonzado paseo inmoral. Anda, yo pongo los pasajes. Dale clic.

Gustavo Cerati. Paseo inmoral.


3 comentarios:

  1. http://www.youtube.com/watch?v=eD52dHZ6dDw

    ResponderEliminar
  2. Me gusta tu forma poètica de escribir sin respetar las normas literarias jajajajajajaja una forma poco habitual de encontrar excitacion en un mercedez besos eres unica

    ResponderEliminar
  3. No puedo creer que el último post sea del 27 de julio. Tengo tantas cosas que escribir, padezco de ese mal latino de o vivir o escribir, ¡maldita sea! la procrastinación me ataca de nuevo.

    ResponderEliminar