domingo, 3 de octubre de 2010

(íntimo manifiesto de una) Geisha.

Él lo dijo, y yo, lo sé: soy una geisha. Demasiado generosa con mi tiempo, con la conversación y la risa que otorgo fácilmente. Ofrezco mi comprensión y mi empatía. Estoy llena de aventuras y de datos pertinentes, adroro las fiestas y me encanta trasnocharme (i'm such a playground). Así me doy, me desenvuelvo a los otros como si lo valiera, como si me pagaran, pero no lo hacen, tan sólo me decepcionan: Sistemáticamente me adoran, me necesitan, me desean, me exigen (ninguno me quiere)...me defraudan. Y mirando la vida desde mi terraza veraniega, creo que nadie va a poder corresponderme, no está en la medida de sus posibilidades pues, ninguno de ellos (niños pequeños), tiene estas psicopatologías de chica encantadora, de esa que entretiene, divierte y provoca, de geisha. Soy yo la que nunca estaré satisfecha conmigo, la que hace a la perfección eso que se supone hacían las mujeres: Complacer. Y eso nunca tiene fin. Él lo dijo amablemente, encantadoramente, y por razones completamente agenas, ha develado tantas cosas mías.

Al rededor de esto gira y me define, como a todos, la misión secreta dada por mis padres antes de conocerme, el nombre: gracia, mujer llena de gracia y con él, con mi nombre, la sórdida mezcla cultural y sanguínea que corre por mis venas. Como un mantra, fui educada de esa manera para obtener cariño, ganándomelo, significando el amor como un resultado condicionado a mis éxitos, a mis encantos, a mi arduo trabajo de seducción atado a la disposición de satisfacer afanes agenos, expectativas ridículas e incalcanzables, en un continuo y absurdo concurso de talentos inconsciente.

Y no soy yo la única. Ojalá que fuera sólo cosa mía. Muchas niñas han sido educadas, en y para la complacencia, construyendo nuestra personalidad y anhelos propios sobre el deseo de los otros, en una competencia patética,  sin permitirse disfrutar del trayecto y sin detenernos ante el goce de las esencias. Viviendo en una agustia permanente por tratar de ser un poco más bonita y efeciente, o un poco menos gordita y ambiciosa, así, por decir cualquier cosa. Si se dedican a explotar y generar miedos y complejos en cada comercial y noticiero. Las personas heridas en el amor propio deberían de alejarse de la televisión y de los medios por un tiempo como parte del tratamiento, debemos parar el terror psicológico que se ejerce sobre los cuerpos femeninos. Y me enoja, me llena de rabia cuando me descubro a mi misma en el eterno afán-angustia de satisfacer a todo mundo con todo lo que soy y con todo lo que hago, pero la cultura ha sido introyectada en mis entrañas, cuando no lo consigo, empiezo a torturarme, a marearme en un remolino de viscosa culpa patriarcal.

En un ensayo de Isabel Allende sobre las mujeres chilenas y el machismo en Chile, se confesaba de la misma forma, con la misma palabra: "soy una agerrida militante feminista en lo público y una geisha en lo privado, en casa". La figura de la geisha es clave, las prostitutas occidentales también complacen pero sólo a través de un camino, que es el  del  sexo. La geisha despliega un abanico de talentos para entretener, seducir, relajar, divertir y asombrar a los otros y, vaya, de pronto me parece que de la geisha a la vícitma el camino es corto ¿cómo no vamos a ser vícitmas si no tomamos decisiones, si no nos atrevemos a rompernos la cara con el pavimento y resignificarnos? ¿A ser feas, gordas, torpes, perdedoras, histéricas o ambiciosas, a ser distintas? Un camino corto, sobre todo en este país que nos encanta performar a la víctima.

Con todo el poder y sufrimiento que me implica, como una hija de lo hipermoderno, yo no vivo las mismas contradicciones que Allende, yo, junto a otras mujeres de mi edad y de tiempo que pasan por lo mismo, soy una geisha en todas partes. Una geisha militante, maestra, profesionista, hija, nieta, hermana, amante, pareja, amiga y mujer, y el problema, mi grandísimo, eterno problema, es que específicamente la militancia, el feminismo y la crítica, no tienen nada que ver con lo que la gramática cultural de este país desea de mí, están  situados exactamente en sentido contrario a lo que muchas personas cercanas y queridas están esperando que haga, que decida, y a veces pienso, (muy tristemente), que esperan que recapacite y acepte que me he equivocado. Es ahí cuando vuelvo a llenarme de angustia porque no es fácil, es cansado estar ahí, permanentemente en contra, resignificándose.

Quizá sería relativamente fácil para mi conseguirme un “buen partido” y parar el maremoto por un tiempo, pero en este momento las consecuencias son ya carísimas, inconmesurables a la comodidad que encontraría en una sociedad cuyos dispositivos morales premian infatigablemente la conformidad, a los individuos conformistas, complacientes: Tendría que renunciar a mi, a mí en todo lo que puedo ser. Nunca volveré a vivir en la sombra de mi misma. Creo que después de que una mujer se reconoce a si misma como sujeto político y psicológico, como creadora y artista de su propia vida, comienzas a elegir cómo vivir de manera más responsable y lúcida. Sin embargo, no para todas llega ese momento de elección, independientemente de la clase social a la que pertenezcas, de la escuela a la que hayas ido, de lo conservadora  o liberal que sea tu familia, ese momento no llega para todas. La incercia de la vida, la fuerza del sistema, arrastra, y es más fácil cerrar los ojos y dejar que pase sobre ti, -relájese y disfrute-, continuar y conformarse.

Y esto, esta lucha que asumo como propia desde hace algunos años, pensar en el género, en el feminismo como un cuestionamiento político, es en el México del siglo XXI una disidencia por la que aún seremos estigmatizadas como hippies, histéricas o confundidas, como putas, como raras, como locas, porque eso es lo que hace la sociedad disciplinar para manterner el control sobre sus formas y, cuando una ha sido educada y premiada como si fuera una estrella  de pop, como una niña perfectamente complaciente. Cuando hemos sido educadas como geishas, el rechazo es difícil de aceptar, es difícil asumirse como outsider, como minoría, aún más porque ésta, además, es una lucha que tiene que darse en lo privado, en lo íntimo. Por supuesto, es  una  lucha que se ejerce en la calle, en la forma de relacionarnos con la ciudad, con las instituciones y con el conocimiento. Una rebelión que se hace en la consigna, en el panfleto, en las urnas y en el aula, pero también, y tendrá que ser así si un día pretendemos cambiar de verdad las cosas, las batallas de esta revolución  tienen que librarse en las reuniones familiares y charlando con las amigas, con las madres. Esta disidencia se elige, valiente y amorosamente en la cama y en la casa y una tiene que elegirse, por cansado que sea, día con día. Para mí, pese a todo, vale la pena.

Aguamala o medusa.



4 comentarios:

  1. C' est magnifique eres una gran escritora y narradora..... mmmm nombre vasco que no recuerdo hehe besos

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  2. Cuidado! El camino que traza Tool es largo y sinuoso, no lo tomes sola, invítame a recorrerlo contigo.

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  3. Jojo, no lo había leído bien hasta hoy y...tsss creo ahora si me encueré, verdad?

    Askari, soldado, en vasco jeje, gracias por leerme Santiago.

    ¿Invitado? ¡pero porfavor! invitadísimo colega pero con chelassss ;)

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