sábado, 11 de diciembre de 2010

La Castañeda. Cita en la frontera indómita.

Seguramente, de esa enfermedad, no me restableceré aquí, pues no tengo el propósito de hacerlo...procuraré la publicidad de semejantes atentados y me quejaré a donde encuentre justicia...”   Carta de un interno de la Castañeda a su hermano.


Tenía que ir sola y verlos a la cara. Tenía que ver sus muecas y sus ojos, sus sonrisas retorcidas, sus ojos profundos y vivos, o sus rostros huecos de vida y llenos de electroshock, institución y drogas. Tenía que ir sola y padecer, callada y dignamente, contenidamente, que es la única forma de  padecer cualquier cosa en un museo, por  lo absurdo de la sociedad y de su ciencia, por lo incomprensible del mundo, y agradecer, nada más, que hubieran existido. Que hubieran dejado para mí sus rostros de locos. La evidencia de su estancia en el mundo en la prueba estética de que cabe la posibilidad de saltar al otro lado de la existencia y con el precio más alto, que es el de la libertad, mandar a todos a la mierda. Nunca es fácil "ponerse en los zapatos del otro",  pero definitivamente es aún más difícil  tratar de comprender el testimonio de aquellos que  por una razón u otra, dejan de pertenecer: los locos.

Fue como una cita a la que llegué puntual y corriendo, como siempre, esperando encontrarme con otra persona, otro loco, con otras circusntancias, en otro tipo de encuentro, más reservado y aparte de lo que llevo dentro, pero de pronto, me encontré entre el bullicio y trajín del centro de la ciudad en un choque de miradas profundo y personal con éllos, con éllas. Con sus caras y testimonios, con  sus tristes historias, con sus vidas. Una confesión postrada y diálogo en el tiempo. Como si se hubiera previsto, como si hubieran tenido algo que decirme.

La exposición de fotografías del Hospital General de la Castañeda llamada La Castañeda imágenes de la locura 100 años después,  fue un encuentro personal con la locura y sus diferentes rostros: Su rostro político, de institución y  de discruso científico. Rostros de hombres y mujeres, de niños, rostros de mexicanos,  que representaban una locura con trenzas y bigotes, con sombreros afrancesados, con enaguas. Indispensable encuentro para cualquiera que piense en la mente y en sus abismos, en sus moustros marinos eléctricos y ciegos. La mente, materia fascinante que oscila entre lo simple y lo sagrado, entre lo poderoso y lo terriblemente frágil, es para mí  en la locura, la frontera indómita, la escalofriante posibilidad de la potencia y uno de los ejemplos más claros, temibles y contundentes de que lo humano, se constituye de abismales sutilezas. Encuentro indispensable, también,  para quien ha sentido la posibilidad de perderse mar adentro. De haberse sentido en peligro de olvidar esas dos o tres certezas, las más básicas y terrenas, que al mismo tiempo, suelen ser las más artificiales. Morbos  aparte, la exposición es excelente no sólo como una crónica fotográfica en la historia de la locura en México, sino como retrato de su escabroso alter ego, el de la salud mental.

Soy una loca del Mancicomio General y su usted no nos tiene miedo, ni a las heroínas ni a las locas, lea lo siguiente...¿Quiénes son las vigilantes? Los mismos demonios dicen las locas...”
                                                                                                 Testimonio de una interna.

Me deja helada que los argumentos y la práctica de la ciencia médica en materia de salud mental, son prácticamente los mismos que en el porfiriato. Estamos en pañales y sospecho que no es por simple atraso y negligencia. El discurso científico hegomónico no ha cambiado de paradigmas y si es una cuestión evidente como constructo teórico, en los textos; en la práctica, lo es mucho más. Los rostros de las fotografías y las historias del manicomio, no son muy distintas a las que vi en mi formación como psicológa, hace  un par de años en las granjas que se encuentran a las afueras de la Ciudad de México. La práctica psiquiátrica en el siglo XXI tiene reticencias escalofriantes de abuso y abandono, bajo el argumento del conocimiento científico moderno de finales del XIX.

Los abusos de poder estructural y jerárquico en las instituciones totales, son como antaño argumentandos por la supuesta falta de capacidad de los internos de tomar decisiones y hacer uso de sus faclutades mentales, y se valen de métodos coercitivos de control sobre el cuerpo, como el encierro, el asinamiento, los choques eléctricos y por supuesto, los sedantes y medicamentos. Por ejemplo, el moderno argumento de la higiene como sinónimo de salud que realmente opera tan sólo como idea para el control de la población institucionalizada y no en condiciones observables de limpieza y pulcritud. La Castañeda se construyó con sofisticadas instalaciones sanitarias que por supuesto ya en la década de 1960 estaban completamente deterioradas. Solía ser frecuente el uso de baños “terapéuticos”, fríos y calientes, para curar a los enfermos, muchas veces sometiéndolos a quemaduras con agua hirviente. A pesar del argumento de la higiene máxima, las instituciones de salud mental en este país, permancen en un estado de asinamiento y deterioro, tienen ese horrible olor que relatan las crónicas periodísticas y que recuerdo claramente como un encuadre olfativo de la condición triste e insalubre de las insitutciones que conozco, en donde la enfermedad acecha, y proliferan infecciones de manera que la higiene, es sólo una forma más control disciplinar con el rape, los baños de agua helada y muy caliente, y la desinfección de los enfermos con insectisidas, entre otros extraños atropellos.

El gastado uso de la terapia ocupacional con los internos, sigue siendo la principal estrategia terapéutica en los hospitales psiquiátricos del México del siglo XXI. Este método fue sin duda, uno de los grandes avances en materia de Salud Mental de la modernidad, sin embargo, resulta interesante que no sólo se argumentaba a favor de los resultados terapéuticos de esta práctica, sino sus propósitos económicos en pleno  progreso porfirista, con la integración de los internos a la vida productiva del país a través del mercado. Como se observa en las citas de Cristina Sacristán incluídas en la exposición: “Por el bien de la economía nacional, el trabajo terapéutico y asistencia pública en el Manicomio”. Sin duda, sentirnos útiles puede ser curativo y sano para cualquier ser humano, sin embargo, las condiciones de institucionalización y abuso no pueden hacer del trabajo per se una práctica digna. Es también preocupante que a pesar de la utilidad de la terapia ocupacional, otros enfoques terapeúticos no hayan logrado penetrar la práctica psiquiátrica, ninguno posterior al giro lingüístico, ni modelos postfoucalutianos, reflejo de su carácter ontológico, en el que desde el poder de la ciencia la locura es realmente un mal infeccioso e intrínseco de quien la padece. Pero ya Foucalut lo dijo, la locura es de quien le teme, la juzga y la encierra. La locura está en los ojos de quien la encuentra. La locura, claro, es una historia de poder.

Foto uno: Expresiones auténticas, únicas, humanas: la mueca del valiente, de la seductora, del rebelde, del obsesivo, del triste, la mueca de quien es imposible someter, pese a todo, a la conformidad. Todos ellos locos y disntintos aún dentro de su uniforme gris, aún bajo la más grave de las insituciones totales. Gente extraña que tuvo el valor de permancer en la escencia de sus afectos pese al abuso, la enajenación y el trance. Histéricas, lesbianas, homosexuales,  adolescentes rebeldes, obsesivos, maniacos, melancólicos y todos esos que fácilmente  podemos toparnos en la más transitoria cotidianidad pero, por alguna obscura razón amparada desde el saber científico, son institucionalizados y sus cuerpos y mentes se deterioran en el encierro y el asilamiento del mundo. Esos son los verdaderos locos, las personas institucionalizadas, estigmatizadas como tales. En la exposición se presentan historias clínicas estúpidas y absurdas (verdaderos  y terribles tesoros literarios) pero también relatos, dibujos, fotografías de su indignación, de sus resistencias más íntimas. Me dio cierta paz encontrar en su angustia, singularidad. La singularidad de esos pocos que son poco suceptibles a la normalización y por ello, son encerrados.

Siempre me ha fascinado el tema de la locura. Me interesa, me apasiona y por supuesto, me da pánico.  Uno se siente en peligro al estar frente a frente con tan ambiguo y terrible arquetipo, de mirar a los ojos un extremo de existencia. Honestamente, no se si me gusta enfrentarme a ella, pero presiento que tengo que hacerlo para situarme, para acercarme un poco al entendimiento de lo humano. Dice Goffman que es necesario conocer los extremos de lo social para comprender el resto. Me gusta pensar la locura. Tal vez  sea el morbo, esa mezcla tan mexicana de curiosidad y miedo, el que me ha hecho, como a otros psicólogos, adentrarme en tales laberintos: la Psicología, el hospital psiquiátrico, el reclusorio, Michel Foucault, Erving Goffman, los pacientes con demencia.  Los manicomios y su locura, son, al fin, un espacio fronterizo de lo humano. Probablemente, yo también esté loca al tratar de entender el mundo desde sus más retorcidos recovecos, y ponerme tras bambalinas de la puesta en escena de lo social, desde sus descampadas fronteras, alejadas de lo bello y de lo diáfano en la vida. Pero estas han sido para mi experiencias profundas de conocimieto, no sólo de lo mental y lo psicosocial, sino de lo humano. De mi misma. Me han hecho estar dispuesta a ver la macabra sonrisa a aquello obscuro y terrible y luego, sólo sentirme abatida, agradecer mis pequeñas fortunas y tratar de ser últil, entender. La locura, y no el loco, es fascinante porque no es ingenua, la locura sabe algo que nosotros no sabemos y por eso ríe, ríe en su sardónico conocimiento y por eso, también, sufre en un  lamento largo y honesto, infatigablemente humano. Como dice Foucault, la locura sabe sobre la muerte. La locura, sabe, por eso es atemorizante. Es una preconciencia de lo obscuro. La última y más frágil de todas nuestras máscaras.

                                          Aguamala o Medusa.
                                          (deliciōsus médousa)

3 comentarios:

  1. La locura es la frontera entre la realidad cientifica y lo irreconciliable de nuestro temor hacia ella misma y nuestra ignorancia.

    Me gustan tus recobecos.

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