Para Carla Fardella, por
todos los domingos de tu vida.
"No sé qué ojo me maleficia mis tiernos corderos". Virgilio |
Trabajábamos vendiendo boletos para
recitales de guitarra clásica española en las iglesias medievales del Barrio
Gótico en Barcelona. Giazú en inglés, Carla en alemán, yo en francés. Ellas llegaron a esa chamba un par de semanas
antes que yo y fueron también ellas quienes me jalaron y convencieron al jefe
de emplearme después de que una tarde en la Universidad decidimos que
deberíamos llevarnos más –Weona, deberías de andar más con nosotras- dijo Carla, con
esa cara que pone cuando sospecha algo que en realidad sabía hace tres o cuatro
vidas. Ellas, mis amigas, espejos fundamentales.
El emprendedor que nos contrató era
un perro andaluz de pequeños y enrojecidos ojos marrón, en mi mente sólo aparece liando y fumando un
cigarrillo tras otro. Este sujeto pensaba que el éxito de su empresa radicaba
completamente en nuestro trabajo de volanteo, ventas y marketing callejero, estaba todo el día pinches sobres de nosotras.
Valientemente o vilmente, ya no sé,
me fui de México y aterricé como un campanario o como un sapo psicotrópico.
Atravesé la puerta del invierno con otros trabajos y otras angustias: el
corazón y la casa no fueron las únicas cosas que se me rompieron cuando llegué
a Barcelona: cataclismo particular, se me rompieron todas juntas: Fui pobre. No
viví la pobreza extrema que hay en mi país de heridas y de flores, sin embargo,
me tocó enfrentar la pobreza postestructural de las incertidumbres millennial y nos volvimos okupas recolectores con la alimentación en el centro como cavernícolas pre agrícolas.
Pasábamos medio día en la calle y solía ser extenuante como todos los empleos precarios, condición de prácticamente cualquier laburo al que una puede acceder en una situación de cognitariado migrante expectante postcolonial trans nonconacyt retro vintage queer psicodélicx. Sin embargo, los regateados euros que recibí en ese flamenco impasse de la academia, elevada y ruin como Parnaso colegiado, me dieron una seguridad que me había faltado hondamente los últimos meses desde que pisé Europa en esa ronda de la vida.
Fui pobre durante los meses sin sol y
aunque todo era muy congruente con el clima y con el ánimo gótico de las
circunstancias, bailé harta altísima cumbia, rasgo distintivo de salud, y sobreviví a la
infame caída la realidad y de la bolsa. Soy de esas mujeres de signo zodiacal
ambiguo y orgullo borrascoso, con la frente marcada por la combinación más necia
de los astros y por ello, o por algo con la madre que es muy demandante, a mí
no me gusta pedir, no me gusta deber y me tocó verle la cara a la pobreza el
año de la peor crisis económica que el país había sufrido desde tiempos de la
guerra. Tiempo después, la primavera llegaría en la forma de una pequeña beca
en flor.
La España revuelta en la que no vas a
tener una casa en tu puta vida, la Cataluña de la que nunca escribo me demostró
algunas cosas que son más importantes que el pan y que el amor de los niños
heridos. Sin esa adversidad, no hubiera existido la posibilidad de ser amiga de
los manteros: hombres de mediana edad, padres de familia migrantes, africanos,
pakistaníes, chinos; de amistarme con los callejones que improvisan cantantes
de ópera, hombres estatua, ladronas rumanas, músicos suizos, peruanos, de
probar mis palos sobre un tablao experimental entre los artistas de la
sobrevivencia. Así fue el amanecer del siglo y el mío. Ese abril cumplí 25 años
en la frontera de una clase social y, además de los regalos de mis nuevas amigas,
recibí una linda pulsera hallazgo del vagabundo del loro y dos pashminas de una manta del piso,
una negra y otra rosada, como dos abrazos del Valle del Indo de un padre atento que
cantaba canciones del amor entre castas al pie de esta larga calle de mi alma,
el Carrer del Bisbe. Un año antes o uno
después de Barcelona, lo hubiera considerado el más improbable de los lazos,
después de esa puerta, la saturada puerta de la pobreza, la que una nunca quiere cruzar, me abraza una guirnalda de nuevas nostalgias para servir y nunca volver atrás. El maravilloso hallazgo de la frugalidad...La gentrificación
y sus minimal lofts acaban con esas cosas, las
cervezas de 10 euros acaban con esas cosas y la Plaza del Tripi ahora se carga un
mal viaje de macetas gigantes y juegos infantiles. La Barcelona de Cristina endeudada con Vicky, quedando bien y poniéndose fácil y global después de haber empiernado
en la misma mala película. La derrama económica de los güeros desplaza a los
migrantes pobres y por supuesto, a los pobladores originales de los barrios
centrales.
Al andaluz de mirada de perro se le
hacía una buena inversión tener vigilantes y estábamos durante buena parte de
la jornada en puntos estratégicos del Barri sin poder dejarlos y movernos demasiado.
Pasábamos horas abundantes algunos metros adelante o atrás de las esquinas clave
y pese a lo deficiente de su estrategia comercial, de su aprobación y la de sus
vigilantes dependía que tuviéramos trabajo la semana siguiente: precaria.
Así, aunque las largas horas de pie
cazando güeros no eran muy divertidas entonces, el río del tiempo me ha
demostrado que no todo ha sido tan malo:
Imaginar el efecto que tiene sobre la
corteza cerebral mirar el mismo relieve románico durante cinco horas, la
observación minuciosa durante días del mismo puente neogótico que Le Corbusier
despreciara por ser abigarrado o sólo, casi, por ser nuevo. Mirar la misma
fuente, la misma estatua, otra vez, el mismo relieve. Poner los ojos en el
mismo muro durante horas como engaños trae
consigo consecuencias histológicas, neurofisiológicas. Era bonito ver cómo iba
cambiando la luz del año sobre mi alma y sobre los muros francos que
construyeron hombres más ingenuos que nosotros; notar cómo, un buen día, casi
involuntariamente, la poesía de las cosas silentes puede defendernos de la
vida.
Entre los incendios de la judería en
el siglo XIV y los incendios por las tres victorias del Barça en la crisis económica hipotecaria nada
nos ha pasado, sólo la música nos ha sucedido. Los siglos han pasado corriendo
calle abajo, como si se hubieran olvidado del paraguas o las llaves. La planificación del pasado que envuelve cada vez más a
Barcelona fue trazando en mis sesos una Arquitectura de la memoria, un sistema
nervioso que detenta cimientos de
cantera materia gris, capaces aún de hacer el recorrido de Ferrisa a Sant Just i
Pastor y seguirse hasta la playa. Mis devaneos medievales están apuntalados con
piedra mediterránea y augusta. Nada va a quitarnos la Historia, contra las
paredes no hay antídotos.
Don't! / De la guía del buen turista de Barcelona |
Además de nuestros estables puntos de
venta, en este trabajo, teníamos un target: adultos caucásicos del norte de Europa
con poder adquisitivo alto, hombres y mujeres, cercanos a los 60 años. No
viajan en tour pero pueden viajar en grupos o en parejas. Nada de gringos o
inglesitos o italianos parranderos en sus veintes, nada de californianas de
shopping en las mismas tiendas que hay en California. We went for
old money, biatch! Gente sin interés por ligar algo exótico, sin los clubes
de Port Vell en el itinerario, sin ningún sentido de la moda y que gustara de
consumir cultura. Esos eran nuestros peces gordos y los cuidábamos y lo
hacíamos bien porque todas estábamos sobrecalificadas para volantear y porque
ese empleo y el feminismo fueron una tabla salvavidas en medio del océano
de incertidumbres en el que nos hubiéramos ahogado estando solas (o no, pero hubiera
sido más difícil y aburrido). El mercado era fácilmente identificable, sin
embargo, el bien reportado cardumen otoñal que teníamos por presas, era compartido
por otra especie, otra minoría en sobrevivencia por las rutas de la
gentrificación, nuestras rivales ecológicas:
Las ingeniosas ladronas de Rumania.
Esto aconteció la primera semana que
llegué al trabajo, fue la auténtica novatada. Estábamos a espaldas de la
Catedral, en la puerta de Santa Eulalia, frente al blow job
histórico que ha sido la relación entre la Iglesia y el Estado en España y sus hijas.
BJ Histórico |
Todos migrantes, todos el último eslabón de la economía de calle, había aliados y enemigos ecológicos, las nuestras, las intrépidas ladronas de Rumanía. Me quito el sombrerito de mis disfraces ante su ingenio. Sucedió que una de mis amigas había denunciado
un par de días antes con la policía que las gitanas robaban sistemáticamente a
nuestras cabecitas rubias...blancas...rubias. Las ladronas los despojaban de
todo con una sofisticación precisa e hilarante. Eran unas buenazas, la neta.
Quizá, si hubiese estado presente me hubiera opuesto a la denuncia, pero igual
mis amigas, latinas aguerridas de temperamento albinegro y bravío, no son mucho
de preguntar.
El método de despojo consistía en pintarse
los obscuros mechones gitanos de color rubio y disfrazarse de turistas. Gafas,
cámara fotográfica colgante, mapas (neta mapas), bermudas color kaki y coloridos tang tops que
la banda nórdica usa pensando que Barcelona es un destino tropical. El look de
nuestras rivales en la calle sólo carecía de la cara de extravío natural de los
turistas; ellas iban alertas y lúcidas al acecho de nuestros güeros. Iban al
tiro. Detectaban al más distraído, a quien representara la presa más sencilla y
para tiempos de crisis, suculenta: la bonachona señora bretona, el viejito
teutón o sueco interesado en Gaudí, la adorable parejita en el segundo aire con
un cierto nivel de mal del puerco por mal vino y paella. Después del eficaz
procedimiento de identificación, aprovechando la estrechez de las calles
medievales y lo numeroso de las hordas turísticas de caucásicos babyboomers, las ladronas se aproximaban hasta pegarse a las
rebosantes carteras de sus víctimas, a sus bolsos de playa mal cerrados, a sus
bolsitas de compra y los saqueaban a
todos.
Luego, la parte más brillante del
plan: ¿Se ha mirado Blanca Nieves? ¿La peli animada, la de Disney?
¿Recuerda cuando la vanidosa bella bruja se transforma en una viejecilla
aparentemente inocente pero con una mirada tres millas de maligna? ¿De mirada
que dice que la vida es dura y la venganza es dulce, como manzana?
Esa viejecita está sentada allí,
mientras yo escribo o mientras usted lee, a un costado discreto de la puerta de Santa Eulalia,
recargada sobre el muro de la Catedral, sentada en el piso en la calle del
Bisbe, pidiendo unos centavos. Tal vez no es una viejecita, tal vez también es
una bella bruja disfrazada y tiene la
mano extendida y la cabeza gacha, mientras sus enaguas largas y roídas
de gitana de hace dos siglos esconden de la policía y de todo mundo, el botín
que las falsas turistas van robando de los guiris. Una mañana con luz horizontal, en esa
intersección de la vida y del Bisbe, me aconteció un maleficio.
El mal de ojo es, por excelencia, el mal del envidioso cuando envidia. La envidia y esta maldición están vinculados tan estrechamente que pareciera que se trata de la misma cosa, pero no, implican un nivel de sofisticación distinto. El devenir etimológico de la envidia es “poner los ojos en algo” y sí, la envidia es aquel gesto, ese hacer con los ojos que demuestra un peso, la gravidez de lo que no se es. Lo que asombra es que parece ser de un peso demasiado fatigoso para algo tan efímero como una forma de ver. La envidia guarda en su forma afectiva un arquetipo de la mirada. Hay miradas así, he conocido personas con miradas así, pese a lo linda que era, la mirada de una chica de la prepa sobre mí solía preocupar a mi madre, llevaba por ojos unos enormes planes de despojo. Ojos que tiran de algo, miradas con el peso de la furia por una herida remota, ojos que quitan algo, o que al menos, lo intentan. Es ese esfuerzo lo que pesa, es eso lo que hace la mirada de quien envidia. Existen ojos que entregan cosas ¡Si pudieran mirar a mi amoroso! La mirada de la envidia lo arrebata, le quita algo a lo que es mirado, poder, magia, belleza. Si acaso no lo consigue, tira con esa intención.
Si los paseos etimológicos nos dicen
que la envidia es poner los ojos en algo, al mal de
ojo se le dice también “ojear”. Y, es aguamalamente fascinante que en el siglo
XIV, y en algunos clanes y pueblos todavía, al mal de ojo se le dice igualmente
“fascinar” que significa, en un perfecto y perverso círculo semiótico, hechizar
o encantar.
En la ruleta rusa del sentido,
resulta que también se le decía así al amuleto contra el mal de ojo, “fascinum o
fascinus” que tenía forma de falo,
un ceremonioso pene erecto para bloquear cualquier maleficio. O bien, al haz de
ramas sujeto en un solo manojo para hacer limpias y barrer las miradas o
representar al fascismo, que ha fascinado a muchos como un dios repugnante y
atractivo.
La del mal de ojo y la de la envidia es una
fascinación, claro, en mala onda. Formas de mirar bien distintas al arquetipo
del ojo en la seducción y la curiosidad. Sin embargo, la fuerza necesaria para
tirar con los ojos aquello que desea el envidioso no es la fuerza de la maldad
deseada a alguien. La envidia no hace esto siempre, es una intención distinta la que
se usa para despojar de algo que para otorgar algo. Una suerte de distinción de Jale/Empuje. Hay miradas que
entregan cosas. De acuerdo a los testimonios y manuales de brujería consultados para este documento, la mirada del mal de ojo, no quita, sino deposita, y aquello
que se deposita es el mal para alguien. Veneno. Usar el ojo como aguijón, la mirada cucharada de veneno. En una simple mirada, entre la vil y biliosa envidia
y el estudiado mal de ojo, no hay sólo una delgada línea sino vectores de una fuerza
terrible y espantosa.
Ilustración desde Deviant Art |
"Everthing is about sex, except sex. Sex is about power"
Wilde
Se decía y se sigue diciendo, que las víctimas de estos ojos eran “espantados”, espantados de mirar lo que les había
fascinado: unos ojos envidiosos, unos ojos malos y podía combatirse e incluso los ojeados curarse usando un amuleto, el símbolo del poder de la
fuerza bélica y patriarcal, el fascio, o bien, el falo así, tal cual y aún más poderoso cuando el amuleto representa al falo en acción, usado en
la cópula; el falo en la intersección entre los cuerpos, el falo en el cruce de
los sexos, que los romanos (ya no decir de otras culturas) no podían mirar
directamente a reserva de espantarse como muestran los frescos de casas de citas, balnearios y prostíbulos. Por eso están viendo como de ladito. El sexo, ese encuentro que denota en la
imaginación de todo Occidente paranoide, tanto poder, tanto, que puede entenderse quizá, que sirva para defenderse del mal.
Así los delicados romanos y corintos nos dejaron relieves de falos con patas eyaculando en el ojo maligno donde un escorpión se asienta. Nos dejaron también los versos fescennios, que son canciones satíricas y frecuentemente lascivas que pueden llamarse así por derivarse de fascinum. Y otros tantos juguetes y creaciones bien picudas como este atrapasueños con los que inauguramos la obsesión con el pene.
Así los delicados romanos y corintos nos dejaron relieves de falos con patas eyaculando en el ojo maligno donde un escorpión se asienta. Nos dejaron también los versos fescennios, que son canciones satíricas y frecuentemente lascivas que pueden llamarse así por derivarse de fascinum. Y otros tantos juguetes y creaciones bien picudas como este atrapasueños con los que inauguramos la obsesión con el pene.
Para librarte del mal de ojo carga contigo otro ojo o un pene parado. It's not a cock block but a blocker cock. Recordemos a la abadesa Tori Amos: Give me peace, give me love and a hard cock!
Tintinnabula, suerte de atrapasueños romano para que usted sueñe con los....
Adquiere un nuevo sentido a la expresión verga voladora
¿Pensaban que no existía? Esto está en Leptis Magna, ciudad corintia. En donde pongo el ojo ponme la bala.
Ese día en el Gótico, en el Carrer
del Bisbe, ahí donde intersecta el callejón que lleva a Sant Felip Neri, las
ladronas rumanas se dieron cuenta que venía muy contenta con las chicas que me
mostraban el pitch y las indicaciones generales sobre nuestros viejitos centroeuropeos, es
decir, venía yo triunfal con las creídas, escandalosas y astutas latinas con estudios de posgrado que las
habían denunciado unos días antes.
Yo, la nueva integrante de la pandilla. La más fresca de sus enemigas ecológicas. Así, las falsas turistas y su abuela desalmada me rodearon, salieron quién sabe de
dónde, y yo que novata y fresa, no sabía de la historia con nuestras rivales de calle y por eso a mis ojos seguían siendo turistas europeas, pronto formaban un corro y hacían un círculo que me rodeaba. Eran unas diez o quizá ocho o quizá doce. De inmediato me sentí intimidada. Yo nunca me peleé en la secundaria, vaya ni nunca. No conozco la sensación monumental del golpe. Me intriga como a una virgen el sexo. Y los veinte, o
dieciséis o veinticuatro ojos me buscaron y me miraron quizá por algo menos que un minuto, mientras se musitaba algo en una lengua que se separó de la mía hace algunos siglos, pude ver el esfuerzo que hacían sus ojos y sus muecas
directas y soberbias, muecas de quien se cree más listo y más poderoso, definitivamente más organizado. La mueca del brujo. Porque el hechizo es un acto de habla, un acto sagrado de la lengua. La mirada como generadora de sentido. Amenazantes muecas, sí, pero los ojos, los ojos todos de
esa otra manada de brujas o leonas haciendo algo sobre mí. Ejerciendo una
fuerza. Una fuerza que me ha traspasado y que como mis amigas pude haber ignorado. Nuestras lenguas se separaron hace unos siglos, esa mirada es una y la misma desde Babilonia. Eran miradas que no me quitaban nada sino que me entregaban algo, me ofrecían, depositaban algo extraño y obscuro en mí.
Las ladronas rumanas me echaron el
mal de ojo, y ellas no tenían nada que envidiarme, no creo que hayan tratado
de quitarme cualquier cosa. ¿Qué cosa podía tener si no tengo nada y tenía
menos entonces? No tenía poder, o amor, o pertenencia que pudieran tratar de
arrebatarme. Pienso que esto perjudicar el hechizo. Por ejemplo, que hagas un hechizo de magia negra para matar a alguien pero esa persona no está viva. Qué le quitas a alguien que no tiene nada ¿La belleza? Esa me la dejaron. Pero eso ya es una maldición total completa. Tengo tres ciudades, tres nombres y diez siglos en el cuerpo, nada
se llevaron. Llevo la voluptuosa aristocracia de la Emperatriz en mi hatillo pobre y roto del Loco, y se va desbordando mientras ando. Como un Juan Diego y como la Virgen. Todo lo llevo cargando aunque haga yo meditaciones en el dejar ir,
aquí están los siglos y los tres nombres y las ciudades. Si nada pueden quitarme ¿Qué me han dejado?
El mal, el mal en cualquiera de sus
formas, la forma de la carencia, de la
desgracia, de la enfermedad, o el mal así, en abstracto, o en simbólico, pensando en el alacrán y su veneno. El incomprensible mal. Ese abismo que me llevó a estudiar Psicología y creer que es mejor pensar desde occidente y sus tres categorías. Sin embargo, hoy que escribo y recuerdo, o viceversa, parecía un mal específico
y concreto. Tal vez cada una deseó para mí un mal distinto y colorido. Tal vez es un acuerdo y parte del proceso mágico desear lo mismo. Qué se ponga muy triste. Qué se ponga muy gorda. Que elija hombres que huyen porque en realidad yo no me quiero comprometer. Que haya misoginia burocrática en las universidades. Qué se yo... La cosa es que he sido malmirada, espantada, pues he mirado la mirada del mal y pesa una maldición gitana sobre mis hombros, sobre mis paredes. Lo que deja para tí el maleficio es el miedo. La esencia del mal de ojo es dejar al otro, espantado, lo que las abuelas miran en los niños en los ranchos es el espanto ¡Este niño está espantado! en México. En los Apeninos lo llaman peura, miedo. Porque cuando te invade el miedo, tu mirada trastoca todo lo bueno para volverlo en malo. Nuestras virtudes en nuestras prisiones. Nuestro amor por mandato, por miedo hieres, por miedo matas, te maleficias. Detrás de todo malhaber y malamar esta el susurro del miedo. Y algunos tratan al miedo como a un Dios. Pero el miedo solo debería de ser el lazarillo de la duda.
Cuando terminó el hechizo, el acto de
encantamiento, la fascinación, los ojos y sus mujeres se perdieron entre los
turistas reales. Después de unos instantes de quedarme extrañada en medio de la
calle, de salir de ese vórtice medieval a la gentrificación, pregunté a mis amigas si ellas habían visto todo eso y fue hasta ese momento cuando me explicaron sobre las ladronas y su modus
operandi, sobre la denuncia ante la policía que no te lleva preso
por un monto menor de 400 euros, cantidad que aquella mañana no encontraron bajo las faldas de
la gitana y por eso no les hicieron nada, continuaron su empresa de teatro y derramaron su venganza sobre la mexicana.
Hechizos de protección
Honestamente, no sé qué hacer. En mi
condición de persona con una maldición de ocho o diez o doce gitanas
encabronadas, usted qué haría en mi posición. Podría yo buscarme un falo de amuleto, intentar ponerlo de moda. Al fin que ya no tengo trabajo, suegros o comunidad con los que ser pudorosa o peor de los peores "poco científica". Además en los círculos feministas se usan de accesorio las vulvas, qué se diría de mí, qué marcaría el feministómetro si llegara yo reivindicando al falo, que ahora resulta no sólo origen sino el remedio.
Mi madre, que sigue preocupada por mí, algunos años después me ha dado una de estas pulseritas de ojitos turcos de cristales azules que proyectan al mal de vuelta. Ya se ha vuelto una tradición regalarnos de esas cuando vamos de viaje o cuando se hacen muy viejas o cuando estallan sin razón alguna mientras descansan en tu muñeca, evento que ocurre con mucha frecuencia. Se supone que para que funcione mejor, alguien te la tiene que regalar, como si para que no te deseen el mal, necesitas que alguien deseé protegerte de él.
Además de eso, me quedan pocas opciones, la cabal y aburrida defensa de no creer que es la que he empleado estos cinco años en los que no me ponía a pensar en ese día, a buscar una limpia con algún objeto fascinante (guiño, guiño) o como Cátulo, contar con una cantidad de besos o poesía suficiente para exculpar y proteger.
Mi madre, que sigue preocupada por mí, algunos años después me ha dado una de estas pulseritas de ojitos turcos de cristales azules que proyectan al mal de vuelta. Ya se ha vuelto una tradición regalarnos de esas cuando vamos de viaje o cuando se hacen muy viejas o cuando estallan sin razón alguna mientras descansan en tu muñeca, evento que ocurre con mucha frecuencia. Se supone que para que funcione mejor, alguien te la tiene que regalar, como si para que no te deseen el mal, necesitas que alguien deseé protegerte de él.
Además de eso, me quedan pocas opciones, la cabal y aburrida defensa de no creer que es la que he empleado estos cinco años en los que no me ponía a pensar en ese día, a buscar una limpia con algún objeto fascinante (guiño, guiño) o como Cátulo, contar con una cantidad de besos o poesía suficiente para exculpar y proteger.
(basia) quae nec pernumerare
curiosi
possint nec mala fascinare lingua.
possint nec mala fascinare lingua.
(tantos
besos) que ni los curiosos puedan contar
ni maleficiar
ni maleficiar
Que lo único que petrifique sea, Tori Amos sabe.
Siete años después del mal de ojo y
cinco después de que comencé este blog (blog? soooo 2006...) o depósito de besos que se llama
Aguamala o Medusa, he venido a descubrir que la cabeza de la Medusa, cortada
por Perseo, el héroe (pinche héroe). Fue dispuesta como la égida o el escudo de Atenea, la
implacable diosa de la Sabiduría quien fuera la que condenó a Medusa, cuando era una joven e ingenua sacerdotisa, a encarnar su forma repelente y a
su mirada petrificante, como castigo por haber sido violada en el templo de la diosa. La cabeza de la Gorgona fue usada por los ejércitos
como símbolo de invulnerabilidad. Lo que queda de la Medusa después de su
belleza, después del dolor de la soledad autoimpuesta, es una cabeza
petrificante, artilugio que aleja del mal y una afortunada coincidencia para
sobrellevar la maldición gitana que me cargo. Tú tienes a tus dos amigos?¿Siguen tus órdenes? ¿Se leen sus papers? Yo tengo a la Medusa sigo sus órdenes.
Si algo he de tirar con los ojos que sea la poesía la que robe de la vida, la que despoje de la mirada de los otros, la que encuentre en los callejones del tiempo, en la voz de mis amigas, en la luz horizontal de este país de heridas y de flores...ah, y si vieran mirar a mi amoroso o alguno de ellos, si vieran los besos que nadie puede maleficiar. La
prisa de los siglos que se han ido corriendo calle abajo sólo puede alcanzar a mostrar, que
la poesía de las cosas silentes es capaz de defendernos de la vida, usar la poesía en
ofensiva, usarla en defensiva, la poesía como una pared de tres nombres, dos ciudades y
diez siglos. Contra las paredes no hay antídoto y nada va a quitarnos la Historia.
El umbral gótico que hay entre la puerta de la pobreza y la mirada del mal, fue un umbral en mi alma. Cuando mi avión entraba a la Ciudad, le pedí a Barcelona que fuera mi amiga y Barcelona generosamente o vilmente, se abrió para mí como un campanario o un sapo psicotrópico, ya no sé. Por lo que no tuve, por lo que dejé de ser y por los pedazos en los que me rompí, pensé que no me había escuchado, que nunca fue mi amiga, pero me escuchó. Barcelona, espejo fundamental. Monstruo y mostrar tienen la misma raíz etimológica. La ciudad, como mis amigas, no es una chica sencilla y me ha mostrado cosas más importantes que el pan y que el amor de los niños heridos. Al reflejarme rota, me mostró asuntos fundamentales sobre mi aguamala forma de ver.
El umbral gótico que hay entre la puerta de la pobreza y la mirada del mal, fue un umbral en mi alma. Cuando mi avión entraba a la Ciudad, le pedí a Barcelona que fuera mi amiga y Barcelona generosamente o vilmente, se abrió para mí como un campanario o un sapo psicotrópico, ya no sé. Por lo que no tuve, por lo que dejé de ser y por los pedazos en los que me rompí, pensé que no me había escuchado, que nunca fue mi amiga, pero me escuchó. Barcelona, espejo fundamental. Monstruo y mostrar tienen la misma raíz etimológica. La ciudad, como mis amigas, no es una chica sencilla y me ha mostrado cosas más importantes que el pan y que el amor de los niños heridos. Al reflejarme rota, me mostró asuntos fundamentales sobre mi aguamala forma de ver.
Desde una lejana corteza cerebral un guiño de la memoria/Foto de OMBOLD desde Flickr |
Aguamala o Medusa
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